Rode On The Steel Breeze



miércoles, 29 de septiembre de 2010

Libre (13/12)

La noche siempre sabe dar un nuevo sentido a los pensamientos. Cuando se está tan abatido por el vacío inevitable de la frustración, sólo queda la esperanza. Él se abraza a su esperanza, como siempre ha hecho, cuando todos lo han dejado solo, se ampara en esa dulce apuesta que nuestros corazones sacan a la luz cuando ya nada queda, cuando todo está perdido, ese grito que nos arranca de las tinieblas a punto de consumirnos. Sí, ahora mismo lo único que le sonríe a esta sombra en la noche es su esperanza, mientras su cabeza no para de repetirle su agria derrota, y cada músculo de su cuerpo, cada gota de sangre confirma lo que esa voz desesperada aúlla en su interior. En este mismo instante él se odia, detesta su piel, sus huesos y ese frío sentimiento que tantas veces le jugó en contra. Ha caído, una vez más, y no hay nadie a quien culpar excepto a sí mismo. Está herido, casi rendido en los suburbios. ¿Pero por qué tanto rencor? ¿Por qué ese horrible dolor envolviendo a un simple hombre? ¿Por qué el calor abrazador, inconfundible de la cólera? Se ahoga en su frustración, grita, golpea con todas sus fuerzas la imagen que se burla de él en el reflejo de la vidriera de un local abandonado. Se deja caer, está sangrando, exhausto. La ciudad entera es ajena a él, en su eterno bullicio candente. Y entre recuerdos agónicos, parece sumirse en una especie de ensueño, un aturdimiento quasi redentor. Se pone en pie, el dolor físico no puede paralizarlo, los hombres nacieron para ser libres, y él, que pasó su vida entera provocando al conflicto, intentando probar sus fuerzas, avanza en el silencio. Trece de diciembre, siete grados bajo cero y ya son las tres am, hora en que despierta la locura, y el cielo se alarma con los chillidos metálicos de los desamparados. Sin embargo para él hoy el viento helado y la luna llena han traído consigo una extraña tranquilidad. Voltea, mira nerviosamente a un lado y al otro, pero sus ojos sólo encuentran el refugio de la soledad. Y es que nadie puede juzgarlo ahora, nadie puede recordarle su insensatez de estar en ese estado, nadie lo reprueba con la mirada. Sonríe, el mismo viento que avivó el fuego para destruirlo ahora arranca esa máscara de mago presto a la lucha que siempre quiso mostrar. Es la tregua de la naturaleza, la paz del invierno. Es ahora un niño pequeño, desnudo y, por primera vez en años, libre, al abrigo de las sombras danzantes. No está quebrado del todo. Se deja llevar por una fuerza extraña y potente, corriendo sin saber hacia dónde lo llevan sus pasos, tan decididos, sin parar, el frío estallando en sus pulmones, hasta encontrarse totalmente agotado, sin aliento, sin resentimientos, tirado en una plaza agobiada por la nieve. Cuatro am, trece de diciembre, siete grados bajo cero. Luna llena, olor a lluvia, una sola estrella a la vista y, por una vez, él es feliz.

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