El campanario, casi secretamente, cobraba vida al llegar el Sol y resonar sus campanas. Éstas creaban una música indestructible, acorazada. Esa música destruía toda noción de tiempo. En un oscuro rincón, dos estatuas de piedra con los ojos de bronce discutían acerca del afuera.
- ¿Qué ves allá, más allá de este ruido de badajos?
- Pues, lo mismo que tú deberías ver: nada.
- ¿Absolutamente nada? ¿Y no te preocupa eso?
- ¿Qué debería preocuparme? Soy feliz aquí, o al menos no soy infeliz. ¿Acaso tú puedes advertir algo más, fuera de aquí?
- Sí, sí que puedo. Puedo ver cientos de planetas, como diamantes. Puedo ver un cosmos de flores, y grandes cintas de fuego entrecruzándose.
- Ah, pues entonces tú estás totalmente loco, TO-TAL-MEN-TE.
- Sería fantástico salir e ir allá, realmente fantástico.
- ¡Y encima de todo quieres ir, para volverte más loco aún! ¡Dios Santo!
- No sabía que las gárgolas creían en Dios… ¿No estarás contagiándote de los modos de quienes habitan bajo el campanario?
- ¿Qué hay si lo hago?
- Si te estás contagiando de ellos, entonces estás totalmente loca, LO-CA. Y si te sigues dejando influenciar por los hombres de ahí abajo te volverás más loca aún, no crees?
- Deja de decir estupideces, mi forma de hablar no tiene nada que ver ni con fuego ni con planetas ni nada de eso.
- Por supuesto que no, mis planetas son mucho más interesantes…
- Eres un inútil. Puede ser que sean ‘’más interesantes’’, pero nunca podrás verlos en realidad.
- Sí puedo verlos. A diferencia de ti, a mi no me dan miedo las cosas nuevas. Daría cualquier cosa por salir. A demás, imagínate esa música. ¡Música de fuego, en vez de campanas!
- Nosotros tenemos prohibido el fuego en el campanario… ¡De cualquier forma, allá no es como aquí!
- Esa es la idea.
- No, idiota, me refiero a que allá sí hay… ya sabes, tiempo.
- ¿Y a mi qué? Prefiero morir con los ojos llenos de universos, antes que vivir por siempre en este mundo muerto. Quizás tú deberías pensar en la misma opción de vez en cuando…
- No, yo no necesito esas cosas, y a demás no las quiero.
- Es una pena, porque voy a salir y si vuelvo será con la canción más hermosa de todas en el corazón.
- Haz lo que quieras, odio lidiar con tus delirios. Estás ciego.
- Yo odio lidiar con tus limitaciones, eres tú la que está ciega. ¡Adiós!
La gárgola abandonó rápidamente el campanario, batiendo sus alas de piedra por encima del sonido metálico. Con la respiración agitada llegó finalmente afuera. Cuando sus patas atravesaron la salida, la figura dentro del campanario vio como todo el cuerpo de su anterior compañero se desplomaba, se quebraba, se reducía a polvo y volvía, con el viento, a su lugar. El tiempo había obrado velozmente, dejando al loco hecho cenizas.
Se acercó temerosa a los restos. Los dos ojos de bronce aún conservaban un brillo, pero éste era diferente. Al recoger lenta y cuidadosamente el polvo y los ojos, pudo ver reflejado en los suyos lo que había oído decir a la gárgola muerta.
- Cientos de planetas… Como diamantes… Un cosmos de flores… y grandes cintas de fuego… Entrecruzándose…
Y las palabras de la estatua loca se confundieron con las de la otra, y a ella le pareció recordar una sonrisa en la cara de su compañero antes de desaparecer.
Por fin escuchó entrar en su corazón una bella melodía, con acordes vivos, y voces de fuego.
Y pensó, por un momento, que él tenía razón, que la ciega era ella.
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