Rode On The Steel Breeze



martes, 28 de diciembre de 2010

Verborragia.

Ahora mismo estoy viajando, no sabés hacia dónde, no tenés idea. Si supieras te morirías de envidia, que divertido sería ver tu imaginación desangrarse, por una vez. Mirá las risas, no las escuches, tratá de transformarlas en un cosmos florido. Ahora hacelas bailar. ¿Podés sentirlas, rozándote? Yo ahora mismo me estoy fundiendo en ellas.
''La gente era tan cuadrada, que cómo no íbamos a ser diferentes a ellos?'' O quizás demasiado iguales... Estrellas inalterables, pretensiosas, que no pueden brillar porque perdieron la costumbre de hacerlo. En el fondo no puedo distinguir entre vos y yo, y entre nosotros y ellos. ¿A alguien le importa? La respuesta es, lógicamente, un “No” rotundo y cuadrado.
Pero eso es totalmente irrelevante hoy, que estamos bajo un nuevo cielo. ¿Nuevo cielo? No será que alguien eclipsó los Soles del viejo, y este es provisorio, por si acaso alguien note la ausencia? Who knows. En inglés, eh?
Del mismo color que te recuerdo, solo y calmo. Con la misma voz que estrellaste contra mí. Los mismos gestos indescifrables, las mismas sombras escondidas entre los dos. Sólo cambió la atmósfera, cambiamos árboles por un corredor, pero los colores al final son los mismos.
Puedo cambiar este mundo a cualquier color que te guste, pero tenés que prometer que cuando te sientas eclipsado vas a hacer que tu dolor se convierta en música, y la música en luz, y la luz en un Sol que descubra otro universo. Es una metamorfosis interesante.
Me recuerda a cierto hombre que fue devorado por sus monstruos internos, quienes lo consumieron hasta hacer desaparecer su esencia. Pero sabés qué? Él jamás se enteró.



jueves, 23 de diciembre de 2010

Otras dimensiones, otros sonidos. Un final abierto para una historia sin comienzo. Una pluma para darle por fin resolución. Un alma en pena. O dos. O muchas más.
Mi llamada inoportuna.
Vos, con el seño fruncido, tratando de averiguar qué dice una canción.
¿Qué es más importante?
Escuchás todo lo que te digo (raro en vos).
La canción sigue sonando, pero ya nadie la escucha.
Es que hay alguien cuyo canto es mucho más genuino, pero no sabés dónde está. Yo sí. Está en una pluma. Y en la pluma está el final para una historia. Sí, ya sé que no te interesan las historias, pero te digo que esta vez no estoy imaginando nada descabellado.
Sé que hasta vos te sentís intrigado de vez en cuando.
Dale, por favor, hacelo por mi, sí? 


Te agradezco.
Aunque ya no puedas (o no quieras) escucharme.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Contra la pared.

Ellos quieren verte contra la pared, verdad?
Pues bien, tenés que soportarlo.
Tenés que soportarlo porque te dicen que a nadie le importa.
Y si a alguien le importara, pues también él estaría contra la pared.

Ellos están mintiendo, no es así?
Bueno, tenés que hacer silencio.
Tenés que hacer silencio porque te convencen de que es correcto.
Hipócritamente correcto.


Bien, yo creo que callarse no es tan correcto.
Y creo que estar contra la pared no es tan malo.
Y, definitivamente, no serás el único al que acorralen.
Porque Ellos nos escupen a todos.
Y llegará un día en que nadie soportará más.
Y todos gritaremos.
Y cuando se oiga nuestra voz, qué será de ellos?


Serán sólo ecos de una rebelión insoslayable.


viernes, 17 de diciembre de 2010

Ciego, loco.


El campanario, casi secretamente, cobraba vida al llegar el Sol y resonar sus campanas. Éstas creaban una música indestructible, acorazada. Esa música destruía toda noción de tiempo. En un oscuro rincón, dos estatuas de piedra con los ojos de bronce discutían acerca del afuera.

-          ¿Qué ves allá, más allá de este ruido de badajos?
-          Pues, lo mismo que tú deberías ver: nada.
-          ¿Absolutamente nada? ¿Y no te preocupa eso?
-          ¿Qué debería preocuparme? Soy feliz aquí, o al menos no soy infeliz. ¿Acaso tú puedes advertir algo más, fuera de aquí?
-          Sí, sí que puedo. Puedo ver cientos de planetas, como diamantes. Puedo ver un cosmos de flores, y grandes cintas de fuego entrecruzándose.
-          Ah, pues entonces tú estás totalmente loco, TO-TAL-MEN-TE.
-          Sería fantástico salir e ir allá, realmente fantástico.
-          ¡Y encima de todo quieres ir, para volverte más loco aún! ¡Dios Santo!
-          No sabía que las gárgolas creían en Dios… ¿No estarás contagiándote de los modos de quienes habitan bajo el campanario?
-          ¿Qué hay si lo hago?
-          Si te estás contagiando de ellos, entonces estás totalmente loca, LO-CA. Y si te sigues dejando influenciar por los hombres de ahí abajo te volverás más loca aún, no crees?
-          Deja de decir estupideces, mi forma de hablar no tiene nada que ver ni con fuego ni con planetas ni nada de eso.
-          Por supuesto que no, mis planetas son mucho más interesantes
-          Eres un inútil. Puede ser que sean ‘’más interesantes’’, pero nunca podrás verlos en realidad.
-         Sí puedo verlos. A diferencia de ti, a mi no me dan miedo las cosas nuevas. Daría cualquier cosa por salir. A demás, imagínate esa música. ¡Música de fuego, en vez de campanas!
-          Nosotros tenemos prohibido el fuego en el campanario… ¡De cualquier forma, allá no es como aquí!
-          Esa es la idea.
-          No, idiota, me refiero a que allá sí hay… ya sabes, tiempo.
-          ¿Y a mi qué? Prefiero morir con los ojos llenos de universos, antes que vivir por siempre en este mundo muerto. Quizás tú deberías pensar en la misma opción de vez en cuando…
-          No, yo no necesito esas cosas, y a demás no las quiero.
-          Es una pena, porque voy a salir y si vuelvo será con la canción más hermosa de todas en el corazón.
-          Haz lo que quieras, odio lidiar con tus delirios. Estás ciego.
-          Yo odio lidiar con tus limitaciones, eres tú la que está ciega. ¡Adiós!

La gárgola abandonó rápidamente el campanario,  batiendo sus alas de piedra por encima del sonido metálico. Con la respiración agitada llegó finalmente afuera. Cuando sus patas atravesaron la salida, la figura dentro del campanario vio como todo el cuerpo de su anterior compañero se desplomaba, se quebraba, se reducía a polvo y volvía, con el viento, a su lugar. El tiempo había obrado velozmente, dejando al loco hecho cenizas.
Se acercó temerosa a los restos. Los dos ojos de bronce aún conservaban un brillo, pero éste era diferente. Al recoger lenta y cuidadosamente el polvo y los ojos, pudo ver reflejado en los suyos lo que había oído decir a la gárgola muerta.
-          Cientos de planetas… Como diamantes… Un cosmos de flores… y grandes cintas de fuego… Entrecruzándose…
Y las palabras de la estatua loca se confundieron con las de la otra, y a ella le pareció recordar una sonrisa en la cara de su compañero antes de desaparecer.
Por fin escuchó entrar en su corazón una bella melodía, con acordes vivos, y voces  de fuego.
Y pensó, por un momento, que él tenía razón, que la ciega era ella.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Fènix

Primavera, viento, canción, un poco de luz para tu vida enjaulada. Siempre tratás de ser vos, más allá de todo, más allá de todos. Aún así, no lográs sentirte por completo fuerte, veraz.
Te has obsesionado con tu pequeño mundo vidrioso, irreal. Jugás con él, das vuelta las reglas y te perdés, de repente. Cuidás tus laberintos y tus rosas, encendés el Sol con versos.
Pero a pesar de esto, a veces sentís que no podés cambiar tu universo, pero estás equivocado. Y es que demasiadas veces ya te han dicho que no podés crear, que no sos lo suficientemente valioso, que nadie puede quererte. Demasiadas veces has sido defraudado como para no sentirte algo frágil.
Tu orgullo, tu grande y casi perversa soberbia esconden un mínimo ser que no puede volar, pues sus alas están llenas de alquitrán. Aunque se te infle el pecho al pensar en todo lo que has podido sobrellevar, sabés que algo en vos se quebró hace mucho. Arrogante, perspicaz, inestable, voluntarioso. Pero en un mundo encerrado.
Sos un hermoso fénix que no alcanza a prenderse fuego.
En tu esfuerzo por no ser derribado, has buscado refugio en un simple, rudimentario ‘’Quienes me lastimaron merecen dolor, merecen mi odio’’. Supongo que has aprendido ya a ser distante, a parecer un extranjero vayas a donde vayas. En el fondo, mutar el dolor en odio no te ha servido de nada. Y lo sabés. Y también sos perfectamente consiente de que es esa violencia la que te impide encender tus alas y volar, como siempre has querido. Porque la verdad es que naciste para bailar con la brisa, y no tengo duda de que bailando terminarás.
Sólo tenés que deshacerte de la llaga, y este es tu máximo grito de socorro.
Ahora bien, cómo vas a hacer para ser libre otra vez, para recuperar tu fuego?

Còmo vas a renacer de tus cenizas?


miércoles, 15 de diciembre de 2010





Eh, vos, que siempre estás mirando con los ojos cerrados.
Vos, que no sabés ya qué ver en esta ciudad.
Vos, el de los ojos muertos y vacíos.
Vos, que te olvidaste de mí.
Vos, amordazado y gris.
Vos, solo.

¿Querés escucharme, por una vez? Quiero que sepas algo.
Todo lo que ves, todo lo que creés que ves, astutamente, todo eso no existe.
Esa sonrisa forzada que mostrás con tanto orgullo, ese pantalón de marca, ese peinado de moda, ese caminar… Todo es mentira…
Podés, no digo que no, refugiarte ahí. Podés esconderte durante años, incluso toda tu vida. Es algo muy normal, muy cómodo, muy ‘’feliz’’.  Es la realidad de muchas personas, pero no es tu realidad. Bah, al menos yo desearía que no lo fuera.
Me gustaría que trataras de mirar mejor, que intentaras descubrir más de lo que otros quieren, más de lo que aprueban.  Buscá dragones, buscá flores, buscá susurros en la brisa.
Perdete en las calles, mostrate como un loco, un indecente. Transformá el dolor en canciones, cantá a gritos.
No te asustes si te ven como un indigente en esta ciudad soñada, dibujada por idiotas. Pintá una nueva realidad, escudriñá en el fondo de tus recuerdos para poder eliminar todas tus estructuras y ser libre, estar indefenso pero vivo.
Y por favor, cuando lo hagas, arrástrame con vos, que yo también quiero despertar…

Porque yo también a veces miro con los ojos cerrados.
Yo también me pierdo y no sé qué ver en esta ciudad.
Yo también suelo tener los ojos muertos y vacíos.
Yo también, aunque no quiera, me olvido de vos.
Yo también me veo amordazada y gris.
Y yo también estoy sola.
Pero vivo.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Oh God, I have a blog! :O


No recuerdo haber abandonado este lugar, no creo haber tenido motivo.
Sin embargo, he dejado atrás un espacio inexistente.
O lo inexistente soy yo.
O ambas cosas.
De cualquier forma,
Sólo puedo dar cuenta de las luces.
Infinitas luces.
Devorándome.
No logro encontrar una pista, ni una,
Aunque retuerza una y otra vez mis recuerdos.
Es sólo vacío.
Vacío y luces.
Engañándome.
No sé cuán lejos estoy de… he borrado el punto de referencia…
Pero sin duda sigo vivo.
Creo que si estuviera muerto no habría luces.
No, aunque lo estuviera brillarían, quizás…
Aunque la Muerte odie las luces.
Si pudiera pedir algo, una respuesta, probablemente diría:
Estas luces son mías?
Soy yo quien está brillando?
Si el viento pudiera mostrarme algo de vida…
Si la marea no hubiera azotado ya demasiado mi cuerpo…
Quisiera recordar mi voz.
Sólo mi voz.
Y la de alguien más también.
La de la última persona que me vio,
Antes de caer.
Si él
O ella
Hubiera querido que no me fuera,
Habría funcionado?
No me importa por qué abandoné mi lugar.
Y ya estoy acostumbrado a las luces.
Sé, efectivamente, que soy yo quien brilla entre las sombras.
Pero aún así necesito otra cosa…
Necesito saber si él, o ella, si alguien me está esperando…
O si soy sólo cenizas.


O luces.

sábado, 9 de octubre de 2010

Espantos De Agosto (Gabriel García Márquez)

L legamos a Arezzo un poco antes del mediodía, y perdimos más de dos horas buscando el castillo renacentista que el escritor venezolano Miguel Otero Silva había comprado en aquel recodo idílico de la campiña toscana. Era un domingo de principios de agosto, ardiente y bullicioso, y no era fácil encontrar a alguien que supiera algo en las calles abarrotadas de turistas. Al cabo de muchas tentativas inútiles volvimos al automóvil, abandonamos la ciudad por un sendero de cipreses sin indicaciones viales, y una vieja pastora de gansos nos indicó con precisión dónde estaba el castillo. Antes de despedirse nos preguntó si pensábamos dormir allí, y le contestamos, como lo teníamos previsto, que sólo íbamos a almorzar.
-Menos mal-dijo ella- porque en esa casa espantan.
Mi esposa y yo, que no creemos en aparecidos del mediodía, nos burlamos de su credulidad. Pero nuestros dos hijos, de nueve y siete años, se pusieron dichosos con la idea de conocer un fantasma de cuerpo presente.
Miguel Otero Silva, que además de buen escritor era un anfitrión espléndido y un comedor refinado, nos esperaba con un almuerzo de nunca olvidar. Como se nos había hecho tarde no tuvimos tiempo de conocer el interior del castillo antes de sentarnos a la mesa, pero su aspecto desde fuera no tenía nada de pavoroso, y cualquier inquietud se disipaba con la visión completa de la ciudad desde la terraza florida donde estábamos almorzando. Era difícil creer que en aquella colina de casas encaramadas, donde apenas cabían noventa mil personas, hubieran nacido tantos hombres de genio perdurable. Sin embargo, Miguel Otero Silva nos dijo con su humor Caribe que ninguno de tantos era el más insigne de Arezzo.
-El más grande -sentenció- fue Ludovico.
Así, sin apellidos: Ludovico, el gran señor de las artes y de la guerra, que había construido aquel castillo de su desgracia, y de quien Miguel nos habló durante todo el almuerzo. Nos habló de su poder inmenso, de su amor contrariado y de su muerte espantosa. Nos contó cómo fue que en un instante de locura del corazón había apuñalado a su dama en el lecho donde acababan de amarse, y luego azuzó contra sí mismo a sus feroces perros de guerra que lo despedazaron a dentelladas. Nos aseguró, muy en serio, que a partir de la media noche el espectro de Ludovico deambulaba por la casa en tinieblas tratando de conseguir el sosiego en su purgatorio de amor.
El castillo, en realidad, era inmenso y sombrío. Pero a pleno día, con el estómago lleno y el corazón contento, el relato de Miguel no podía parecer sino una broma como tantas otras suyas para entretener a sus invitados. Los ochenta y dos cuartos que recorrimos sin asombro después de la siesta, habían padecido toda clase de mudanzas de sus dueños sucesivos. Miguel había restaurado por completo la planta baja y se había hecho construir un dormitorio moderno con suelos de mármol e instalaciones para sauna y cultura física, y la terraza de flores intensas donde habíamos almorzado. La segunda planta, que había sido la más usada en el curso de los siglos, era una sucesión de cuartos sin ningún carácter, con muebles de diferentes épocas abandonados a su suerte. Pero en la última se conservaba una habitación intacta por donde el tiempo se había olvidado de pasar. Era el dormitorio de Ludovico.
Fue un instante mágico. Allí estaba la cama de cortinas bordadas con hilos de oro, y el sobrecama de prodigios de pasamanería todavía acartonado por la sangre seca de la amante sacrificada. Estaba la chimenea con las cenizas heladas y el último leño convertido en piedra, el armario con sus armas bien cebadas, y el retrato al óleo del caballero pensativo en un marco de oro, pintado por alguno de los maestros florentinos que no tuvieron la fortuna de sobrevivir a su tiempo. Sin embargo, lo que más me impresionó fue el olor de fresas recientes que permanecía estancado sin explicación posible en el ámbito del dormitorio.
Los días del verano son largos y parsimoniosos en la Toscana, y el horizonte se mantiene en su sitio hasta las nueve de la noche. Cuando terminamos de conocer el castillo eran más de las cinco, pero Miguel insistió en llevarnos a ver los frescos de Piero della Francesca en la Iglesia de San Francisco, luego nos tomamos un café bien conversado bajo las pérgolas de la plaza, y cuando regresamos para recoger las maletas encontramos la cena servida. De modo que nos quedamos a cenar.
Mientras lo hacíamos, bajo un cielo malva con una sola estrella, los niños prendieron unas antorchas en la cocina, y se fueron a explorar las tinieblas en los pisos altos. Desde la mesa oíamos sus galopes de caballos cerreros por las escaleras, los lamentos de las puertas, los gritos felices llamando a Ludovico en los cuartos tenebrosos. Fue a ellos a quienes se les ocurrió la mala idea de quedarnos a dormir. Miguel Otero Silva los apoyó encantado, y nosotros no tuvimos el valor civil de decirles que no.
Al contrario de lo que yo temía, dormimos muy bien, mi esposa y yo en un dormitorio de la planta baja y mis hijos en el cuarto contiguo. Ambos habían sido modernizados y no tenían nada de tenebrosos. Mientras trataba de conseguir el sueño conté los doce toques insomnes del reloj de péndulo de la sala, y me acordé de la advertencia pavorosa de la pastora de gansos. Pero estábamos tan cansados que nos dormimos muy pronto, en un sueño denso y continuo, y desperté después de las siete con un sol espléndido entre las enredaderas de la ventana. A mi lado, mi esposa navegaba en el mar apacible de los inocentes. "Qué tontería -me dije-, que alguien siga creyendo en fantasmas por estos tiempos". Sólo entonces me estremeció el olor de fresas recién cortadas, y vi la chimenea con las cenizas frías y el último leño convertido en piedra, y el retrato del caballero triste que nos miraba desde tres siglos antes en el marco de oro. Pues no estábamos en la alcoba de la planta baja donde nos habíamos acostado la noche anterior, sino en el dormitorio de Ludovico, bajo la cornisa y las cortinas polvorientas y las sábanas empapadas de sangre todavía caliente de su cama maldita.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Màs que un sueño.


Estaba sentada allí, en el medio de un mundo que no alcanzaba a distinguir. Pensaba en una forma de ser más que niebla para vos, buscaba desesperadamente algo inverosímil en el viento, en los panaderos, en las piedras.
Me detuve un segundo, dejé de lado los gritos de mi cabeza, me concentré en la sombra del árbol que se proyectaba sobre mí. Tenía que encontrar un misterio en aquel juego de luces, realmente necesitaba sentir que había logrado llegar más allá. ¿Más allá de qué? Creo que olvidé preguntarme eso antes de sumergirme. Era un sueño florido, un abanico de cristales que se rompían y me arrastraban hasta un abismo. Las sombras me depositaron, cuidadosamente, en el fondo de la nada, de la fútil nostalgia. Un ruido de hojas arrastradas por el viento me mostró la miseria. Es tan fácil apuntar con el dedo, condenar, amonestar, pero resulta completamente devastador sentir la miseria en tu corazón. Entonces te preguntás si has sido demasiado cruel, demasiado obstinada, demasiado férrea en tus decisiones. Abrís los ojos ante muchas cosas, pero te cagás con otras y a veces no llegás a nada.
Y sí, estaba a punto de darme cuenta de mis errores, de ser una buena ciudadana occidental y cristiana, pero una melodía me devolvió a la realidad (¿O sería eso fantasía?). La melodía no era nada extraño, sólo un tipo que canturreaba alegremente su borrachera de la noche anterior. Abrí los ojos, había estado sumergida en un sueño durante algo más de una hora, pero no estoy segura de qué tipo de sueño era, porque hay sueños que se viven de verdad. Probablemente, en ese lapso de inconsciencia haya llegado más allá. Pero más allá de qué?

domingo, 3 de octubre de 2010

Huida

Silencio. Cristales rotos en una noche vacía en un mundo que nadie recuerda.
¿Escuchas los gritos? ¿Oíste antes los susurros de los perdidos? Pues ahora escóndete, que casi puedo verlos aquí, con sus armaduras invisibles. Mira, afilan sus cuchillos y adornan sus escudos burlándose de mí. Sí, ellos llegarán pronto, y será la muerte mi único destino y la noche sonreirá con la sangre derramada. Pero tú no, a ti no te han condenado, y confío en que lograrás huir de sus sombras, y nadie impedirá que este mundo reviva, tuyo y mío para siempre.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Libre (13/12)

La noche siempre sabe dar un nuevo sentido a los pensamientos. Cuando se está tan abatido por el vacío inevitable de la frustración, sólo queda la esperanza. Él se abraza a su esperanza, como siempre ha hecho, cuando todos lo han dejado solo, se ampara en esa dulce apuesta que nuestros corazones sacan a la luz cuando ya nada queda, cuando todo está perdido, ese grito que nos arranca de las tinieblas a punto de consumirnos. Sí, ahora mismo lo único que le sonríe a esta sombra en la noche es su esperanza, mientras su cabeza no para de repetirle su agria derrota, y cada músculo de su cuerpo, cada gota de sangre confirma lo que esa voz desesperada aúlla en su interior. En este mismo instante él se odia, detesta su piel, sus huesos y ese frío sentimiento que tantas veces le jugó en contra. Ha caído, una vez más, y no hay nadie a quien culpar excepto a sí mismo. Está herido, casi rendido en los suburbios. ¿Pero por qué tanto rencor? ¿Por qué ese horrible dolor envolviendo a un simple hombre? ¿Por qué el calor abrazador, inconfundible de la cólera? Se ahoga en su frustración, grita, golpea con todas sus fuerzas la imagen que se burla de él en el reflejo de la vidriera de un local abandonado. Se deja caer, está sangrando, exhausto. La ciudad entera es ajena a él, en su eterno bullicio candente. Y entre recuerdos agónicos, parece sumirse en una especie de ensueño, un aturdimiento quasi redentor. Se pone en pie, el dolor físico no puede paralizarlo, los hombres nacieron para ser libres, y él, que pasó su vida entera provocando al conflicto, intentando probar sus fuerzas, avanza en el silencio. Trece de diciembre, siete grados bajo cero y ya son las tres am, hora en que despierta la locura, y el cielo se alarma con los chillidos metálicos de los desamparados. Sin embargo para él hoy el viento helado y la luna llena han traído consigo una extraña tranquilidad. Voltea, mira nerviosamente a un lado y al otro, pero sus ojos sólo encuentran el refugio de la soledad. Y es que nadie puede juzgarlo ahora, nadie puede recordarle su insensatez de estar en ese estado, nadie lo reprueba con la mirada. Sonríe, el mismo viento que avivó el fuego para destruirlo ahora arranca esa máscara de mago presto a la lucha que siempre quiso mostrar. Es la tregua de la naturaleza, la paz del invierno. Es ahora un niño pequeño, desnudo y, por primera vez en años, libre, al abrigo de las sombras danzantes. No está quebrado del todo. Se deja llevar por una fuerza extraña y potente, corriendo sin saber hacia dónde lo llevan sus pasos, tan decididos, sin parar, el frío estallando en sus pulmones, hasta encontrarse totalmente agotado, sin aliento, sin resentimientos, tirado en una plaza agobiada por la nieve. Cuatro am, trece de diciembre, siete grados bajo cero. Luna llena, olor a lluvia, una sola estrella a la vista y, por una vez, él es feliz.

martes, 28 de septiembre de 2010

...

Máscaras en mis sueños, máscaras que dominan la Luna, que se entrelazan formando ilusiones...
Sonrisas quebradas, ojos que intentan, pero no dicen nada
Déjenme huir!
Cuando la noche es sólo una chance para las almas que perdieron la felicidad,
los caídos que que renunciaron a toda libertad en busca de Oh, otra máscara en el viento
Y allí estás vos también, casi te he olvidado entre tantos disfraces, tantos rivales inexistentes.
Escondido, amordazado, como todos...
Liberate, por una vez, no quiero sentir que sos un maldito más.
Date el lujo de elegir cuáles serán los barrotes de tu prisión.
Olvidate de sonreir cuando me mires, de impostar tu voz, de buscar excusas para ser lo que no sos.
La soledad es un amargo premio de consuelo para aquellos cuya meta es tan sólo un papel, pero vos elegís jugar con tu propia muerte.
ESCÚCHAME!
Siempre y cuando creas en mi, así como yo creí en tus ojos y cumplí, con  ser lo que fuera que tú amaras, lo que fuera que admiraras...
Sí, admito haber sido máscara alguna vez. Y qué? Si ahora vos no podés ni mirarme a los ojos, si dudo incluso de que recuerdes tu verdadero rostro.
Sin embargo, estoy segura de que no seguís escuchando para apuñalarme por la espalda como todos los demás, hay algo que aún no has perdido.
Así que

Podrías quitarte ese rostro falso para mi?